Cuando honrar al padre y a la
madre de uno significa servirles la verdad, aunque esté repleta de los peores
venenos y puedan provocar su muerte, es cuando hemos comprendido que una vida
sin verdad es una vida sin honor y que no merece ser vivida.
Cuando somos conscientes de que
esa verdad venenosa somos nosotros mismos: nuestros recuerdos, nuestros amores,
nuestros trabajos; entonces nos hacemos conscientes también de nuestra
condición dizque humana, del peso y paso de nuestra alma (si eso existe) por estos
inframundos que son la familia, la propiedad y el amor (reminiscencia
tropical).
Este libro también pudo llamarse Bitácora del último de los Mazeyra, pues
tras él no habrá más estirpe, el autor se encarga de romper su propio linaje y
hereda al futuro una estructura donde prevalece la esperanza de que el infierno
de hoy sea finito y sea el suyo, sólo el suyo.
Orlando Mazeyra no le desea mal a
nadie, por eso quiere destruir la mentira, la hipocresía y la adicción; pero no
las enormes y eternas, no las generales, no las del mundo, solo la suya, la
familiar, la Mazeyra.
El autor escupe en la cara como
las llamas y el gargajo resbala sin remordimiento alguno por el racismo, el
fanatismo religioso, la homofobia y algunas otras tradiciones arequipeñas.
No es casualidad que la mayoría
de comentaristas de esta obra narrativa seamos poetas.
Javier Rivera Martínez
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