Orlando Mazeyra Guillén luego de entrevistar a Oswaldo Reynoso en la residencial San Felipe, Jesús María. Lima (2012). |
La pieza
oscura
del poeta Enrique Lihn encierra unos hermosos versos que hablan del desamor y
la asfixia familiar, niños salvajes escapando de la mirada vigilante de los
adultos, la culpa tras el descubrimiento del cuerpo y el verse perdidos en el
contrasentido del reloj que arrebata la inocencia.
«como en
aguas mansas, serenamente veloces; en ellas nos dispersamos para siempre, al
igual que los restos de un mismo naufragio.
Pero una
parte de mí no ha girado al compás de la rueda, a favor de la corriente.
Nada es
bastante real para un fantasma.»
Invoco estas imágenes poéticas a propósito de la
narrativa de Orlando Mazeyra Guillén y su nuevo libro Bitácora del último de los veleros, no sólo por la evidente
relación del título con la idea del mar y del tiempo, sino por el sentimiento
que atraviesa los distintos relatos que componen la obra. Las historias de
Mazeyra también transcurren en una pieza oscura y se valen muchas veces de lo
biográfico como cuando el autor satiriza el lanzamiento de su último libro en
la Feria Internacional del Libro de Lima y cruza esta desventura literaria y
asimismo el oficio de escribir cuentos, reseñas de cine o crónica deportiva —la
escritura como salvavidas ante lo íntimo— confrontando la intrahistoria para
retratar la decadencia de la familia y la desintegración del yo, sea por la
indolencia de madres que se refugian en la negación del fracaso matrimonial y
las fórmulas mágicas para no envejecer o padres que transitan entre la
violencia de un dictador y el abandono a causa de la botella o los negocios,
trabajos patéticos que no se pueden retener en un país sumido en el absurdo de
su autodestrucción y, por encima de todo esto, musas muertas, sea cual sea su
nombre, ella que fantasmática fluye como
esa pasión que tan bien explica el agente Sandoval en esa escena del bar
hablando sobre Racing Club y el alcohol en el film de Juan José Campanella.
No es antojadizo por tanto el usar la poesía
para hablar de un libro de prosa como el de Mazeyra, uno que en primera
instancia está dedicado al más poético de todos los narradores del Perú y que
participa de un relato como uno de los protagonistas. Oswaldo querido
intercambiando cartas sobre la situación del escritor y los críticos,
recordando lo que Martín Adán advirtiera: «Cuánto va a sufrir un escritor como
usted en este país».
Un escritor cual Mazeyra, talentoso y capaz de
crear momentos altamente poéticos como ese de un hombre aferrado al dolor de su
perro, una alegoría hermosa que reafirma en la fuerza de ese lazo tan primal,
la derrota de todos los demás afectos. Un autor que además tiene una escritura
que no sacrifica el ritmo y musicalidad para preservar lo verosímil de lo
coloquial, del día a día, sino que logra conjugarlo con hondura y precisión
tallando líneas que el lector podrá seguir en la exploración de lo insondable.
Daniel Rojas Pachas
México, julio de 2016
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