Escribe Juan Yufra (*)
El uso de una “bitácora” comúnmente nos lleva a
creer en un “sistema de anotaciones” (libro) o de un instrumento que ayuda a
guiarse mejor dentro del entorno marino (realidad). El título del último libro
de Mazeyra precisamente emplea este ardid, como si se tratara de un “cuaderno
de apuntes”, pero lleva la peculiaridad de asumir un rol oscilante entre los
espacios que se representan y las entidades que circulan a lo largo de sus
ficciones.
Estos dos aspectos estructuran una manera de
expresión de las historias. Dos puntos de referencia: espacio y entidad, al
cual debe añadir la enunciación que implica un balance entre otros temas
curiosos ya dentro del contenido mismo de sus narraciones.
El inconformismo, la frustración, las crisis
emocionales se derivan de un estadio de inestabilidad que en la sociedad
contemporánea se registra; es decir, la perturbación y la ausencia de un
conjunto de seres que refrenden la satisfacción y la felicidad nos hacen creer
que la vida al final de cuentas no es lo que se dice o lo que en ella se hace. Lo
bizarro es el día a día, la soledad y el desencuentro con los demás es la
naturaleza personal de muchos personajes que desfilan a lo largo del texto.
La obra reúne 36 relatos definidos, a excepción
de “Zico” y “El alias de mi padre” que contienen “anotaciones” o complementos
que funcionan como intersecciones o adendas, pues se incrustan en la historia
que se traza en el relato principal, lo cual suma 39; además encontramos un epílogo
escrito por un sujeto alterno (Daniel Rojas Pachas) que funciona como enclave
crítico, bajo una atmósfera testimonial que a su vez reflexiona sobre las ideas
expuestas en el libro Bitácora del último de los veleros.
Llamamos “relatos” en la medida que apertura
una visión más amplia del sentido que adquiere la palabra “cuento” para
lectores formados con ideas del siglo pasado, pues los niveles técnicos que
refrenda el autor nos permite afirmar que éste se orienta por elegir una posición
transgenérica en donde el testimonio, la crónica, la memoria, inclusive el
empleo de una voz que se sujeta a la primera persona, dan forma a una
estrategia clásica pero que recientemente ha ingresado nuevamente en función a
los que se denomina “textos no ficcionales”.
El minimalismo exacerbado y la configuración de
un Yo singular (iba a escribir universal) van paralelamente al sistema
narrativo que se expresa. Los personajes son patéticos, empecinados en la
derrota, distraídos en la miseria; sin embargo, en un país de miserables y de
sujetos que nacen y mueren en la más absoluta injusticia, el texto ya como
objeto o producto cultural, nos hace creer que está destinado a una comunidad
letrada oficial y que busca irradiar este desamparo, este lenguaje de tristeza
y de que no se puede ser feliz mientras existan estos contrastes y estos virus
sociales como el racismo, la hipocresía y el éxito que se traza desde la
publicidad.
El relato “¿Te gusta Vallejo?” justamente
implica lo que se ha señalado en el párrafo anterior, dos mujeres, dos
realidades, dos formas diferentes de ver la vida y el Perú, si queremos ser
grandilocuentes. Pero este es un rasgo mediatizado, la inserción de un matiz
ideológico en los personajes que elucubra este escritor arequipeño.
El posicionamiento de su escritura, como
recurso latente, es otro rasgo a tener en cuenta; es decir, nos vamos a
encontrar con un recorrido -“in crescendo”- de menos a más, de un solitario yo,
en minúscula, a un Yo que se multiplica en los Otros; de una sociedad que se
eclipsa en la familia hacia una visión más general de las cosas y del mundo. Este
viaje, a través de sus ficciones, explica la metáfora de una “bitácora”.
(*) Crítica publicada en el Suplemento Dominical del diario El Pueblo de Arequipa, el domingo 21 de agosto de 2016.